La viudez en el adulto mayor: perspectivas desde la pérdida

Autor: Omar Ramírez Torres , 23/7/2024 17:02:47 23/7/2024 17:02:47 (50 vista)
La viudez en el adulto mayor: perspectivas desde la pérdida

Los adultos mayores sufren el duelo como parte de una experiencia dolorosa; no obstante, ello representa la oportunidad adecuada para hacer un recuento de su vida, otorgándole un nuevo significado y reconociendo que aún son capaces de ser felices nuevamente.

La viudez en el adulto mayor; perspectivas desde la pérdida

 

Conceptualización de la viudez 

La pérdida del cónyuge, es decir, la viudez, es clasificada por Papalia y Feldman (2012) como una pérdida importante y significativa, y representa una experiencia sumamente dolorosa, al igual que el fallecimiento de un hijo, la muerte de un padre, o un aborto espontáneo. La viudez, según Uriarte (2014), representa la disolución parcial de la familia originaria o, por lo menos, del enlace matrimonial del cual devienen otras transformaciones importantes en el curso de vida. Holmes y Rahe (1967, citados en Morrison y Bennett, 2008) llevaron a cabo un estudio acerca de los acontecimientos que causaban mayores índices de estrés en las personas, y al recolectar los datos obtenidos, concluyeron que uno de los sucesos que es experimentado como aquel que provoca “mayor estrés”, el cual se encuentra incluido en su teoría sobre los eventos vitales, es el fallecimiento del cónyuge. Dicho suceso fue capturado por los investigadores a través de una escala elaborada por los mismos, en la que los sujetos entrevistados puntuaban el ajuste que requerían para adaptarse a diversas situaciones, con una puntuación máxima de 100; el fallecimiento del cónyuge se clasificó con el puntaje más alto, es decir, 100, seguido del divorcio, el fallecimiento de un familiar cercano, una enfermedad o lesión personal, entre otros.

Aspectos culturales de la viudez

A la cultura se le ha atribuido una relevancia importante, ya que permite la adecuada adaptación de las limitaciones biológicas de cada persona. Así, cada persona acude a su propio bagaje de aprendizajes culturales para lograr un desempeño cognitivo y pueda generar estrategias para sus propias limitaciones (cognitivas o físicas) (Da Silva, 2017).

En este sentido, así como los ancianos tienen mayor probabilidad que las ancianas de estar casados, por razones similares las ancianas tienen mayor probabilidad que los hombres de ser viudas. Las mujeres suelen sobrevivir a sus maridos y, en comparación con los hombres, es menos probable que vuelvan a casarse. La probabilidad de haber enviudado es mucho mayor entre las mujeres estadounidenses de 65 años en adelante, que entre los hombres de la misma edad (Federal Interagency Forum on Aging-Related Statistics, 2010, citado en Papalia y Feldman, 2012). Sin embargo, a medida que disminuye la brecha de género en la expectativa de vida, una proporción creciente de hombres mayores sobrevivirán a sus esposas. Para los 65 años de edad, la probabilidad de viudez es cuatro veces mayor en las mujeres que en los hombres mientras que la probabilidad de ser internado en una institución luego de la muerte del cónyuge es mucho mayor entre los viudos viejos que entre las viudas ancianas. En la mayoría de los países, más de la mitad de las ancianas son viudas (Papalia y Feldman, 2012).

Aspectos familiares de la viudez

La familia según Da Silva (2017), son todas aquellas personas que aman al adulto mayor, lo apoyan, le hablan, lo escuchan y lo protegen. Sin embargo, cuando existe un adulto mayor al que deben cuidar o apoyar debido a su envejecimiento, la familia se debe caracterizar por ser holística, es decir, que posibilite que los familiares se presenten como una unidad de cuidados frente al adulto mayor. ¿Y qué ocurre con los gerontes viudos? 

Existen, según IMSERSO[1] (2002, citado en Triadó, 2015), aproximadamente tres viudas por cada viudo. Para un adulto mayor, la pérdida del cónyuge se posiciona como uno de los duelos más intensos y frecuentes, ya que ha sido la pareja quien ha compartido con este años o décadas de vida, en las cuales se hubo forjado una relación estrecha e íntima entre ambos. Resulta importante subrayar que, debido a los mayores índices de longevidad en la mujer, así como el hecho de que en algunas parejas los hombres son mayores que las mujeres, son estas últimas quienes se muestran mayormente afectadas por los procesos de pérdida (Triadó, 2015). 

De la misma forma lo expresan Durán y Espinosa (1991; 1992, citados en Ceberio, 2013), cuando afirman que:

En los procesos relacionados con el duelo y sus efectos intervienen: la etapa de desarrollo individual-familiar, el medio ambiente, la experiencia de vida y las actitudes de los familiares puesto que el duelo es la vivencia penosa y dolorosa que causa todo lo que ofende a nuestro impulso vital. En el anciano se conjugan una serie de “duelos”: En primer lugar, la pérdida de uno mismo en el envejecimiento, pérdida de cabello, de capacidad física, de memoria y lucidez. En segundo lugar, la pérdida de estatus en la familia o en el ámbito laboral ante el empuje normal de la juventud o la generación posterior y en un tercer espacio, todo el sistema de creencias desfavorables o negativas sobre la muerte; apoyadas en algunos sectores de la población por una carencia de valores y apoyos emocionales y espirituales (p. 152).

Como parte de las principales dificultades que pueden suscitarse durante la pérdida de la pareja en el geronte, se destaca, en primera instancia, un desgaste a nivel físico y mental, ya que tal circunstancia se manifiesta en una afección al sistema inmunológico, lo que quizá ocasiones fuertes dolores de cabeza, mareos, indigestión o dolores en el pecho. Además, el fallecimiento del cónyuge puede dar lugar a problemas de memoria, perdida del apetito, dificultad para concentrarse, y a un riesgo mayor de sufrir ansiedad, depresión, insomnio y disfunción social. Dichas reacciones pueden oscilar desde la levedad a ser extremas y muy duraderas, algunas veces incluso por años. En contraparte, las relaciones sociales inciden en la buena salud; por consiguiente, la perdida de la compañía puede ayudar a explicar la elevada probabilidad de que una persona que ha enviudado, en especial un hombre, siga pronto a su cónyuge a la tumba. Sin embargo, también cabe una explicación más practica: quizá después de la muerte del cónyuge no habrá nadie que le recuerde a una anciana que tome sus medicinas o que se asegure de que un hombre siga una dieta especial (Papalia y Feldman, 2012).

En un estudio, personas viudas que habían sido muy cercanas o dependientes de sus cónyuges tendían a experimentar mayor ansiedad y añorar más a sus parejas seis meses después de la muerte que las personas viudas que no habían sido tan cercanas o dependientes (Carr et al., 2000, citados en Papalia y Feldman, 2012). La viudez también puede dar lugar a problemas prácticos. Las viudas cuyos esposos eran el principal sostén pueden experimentar penurias económicas o caer en la pobreza. Para las mujeres, la consecuencia principal de la viudez probablemente sea la presión económica, mientras que para los hombres las consecuencias mayores pueden ser el aislamiento social y la perdida de intimidad emocional. Las viudas ancianas son más propensas que los viudos a mantener el contacto con los amigos de los que reciben apoyo social (Papalia y Feldman, 2012). 

Una explicación sistémica acerca de la desvinculación acaecida durante la pérdida del cónyuge, sienta sus bases en la teoría de la vinculación formulada por John Bowlby, el cual afirma que los seres humanos nos encontramos predispuestos a generar nexos entre las personas que rodean, y cuando se suscita la ruptura de dicho nexo, se intensifican las emociones (Bowlby, citado en Puigarnau, 2010). De la misma manera concluye Caruso (1997), cuando expresa que “el dolor producido por la separación es, en última instancia, un dolor narcisista” (p. 9).

Resiliencia y vejez

Culturalmente, a la viudez se le ha asociado la muerte y la separación, por lo que una vez superada la pérdida de la pareja se activan mecanismos de resiliencia para “seguir con la vida” (Uriarte, 2014). En la vejez, como lo explica Uriarte:

la resiliencia resulta del funcionamiento “ordinario”, normativo, no excepcional, de recursos y procesos de autorregulación: relaciones significativas y apoyos sociales, oportunidades para el éxito, actitudes positivas, conviviendo en entornos saludables. En consecuencia, los problemas aparecen y tienden a persistir cuando esos sistemas de regulación y adaptación humanas no son prioritarios o están alterados como consecuencia de la adversidad (p. 68).

En contraparte, Cyrulnik y Ploton (2018) resaltan que cuando la vida pasada está sobreinvestida, el presente del adulto mayor se encuentra abandonado, con los riesgos que representa el rechazo del cambio necesario y la imposibilidad de adaptarse, el duelo por la aventura y el rechazo a arriesgarse en los segmentos de la vida hasta ahora dejados de lado, el desinterés de los nuevos aprendizajes, la indiferencia al fracaso, etc. No obstante, la resiliencia puede iniciarse cuando la forma de adaptación no ha tenido lugar, no existe o no es posible, la cual puede relacionarse a uno o varios acontecimientos. La resiliencia, por tanto, supone un mecanismo de construcción y de reconstrucción psíquica y creatividad, lo que produce un desarrollo hacia un nuevo potencial. Para un adulto mayor significaría la posibilidad de desplegarse de nuevo en una existencia que proporcione satisfacciones a pesar de todo, a pesar especialmente de la posibilidad de la muerte cercana (Cyrulnik y Ploton, 2018).

Conclusiones

La viudez representa para el adulto mayor una de las pérdidas más importantes acaecidas durante su vida. Además, puede relacionarse con sintomatologías de ansiedad, estrés y depresión, lo que se traduciría en un desgaste a nivel biológico, físico, psicológico y social. Sin embargo, las pérdidas experimentadas suelen convertir al adulto mayor en un ser resiliente, capaz de comprender su dolor y sufrimiento, para extraer de estos nuevos y útiles aprendizajes, los cuales lo motivan e impulsan a ser un adulto mayor diferente, nuevo. Su familia, por otro lado, se constituye como un pilar fundamental en este proceso, por lo que su compañía, atención y afectividad simbolizarían los faros que iluminan su oscuridad.

Se pretende entonces, atendiendo a lo propuesto por López y Noriega (2014), que los próximos adultos mayores logren un ajuste para mantener un envejecimiento activo, en el que debe predominar una adaptación constante al medio, así como una satisfacción de necesidades relacionadas con: parámetros fisiológicos, seguridad, sensación de individualidad y reconocimiento del valor propio, sensación de pertenencia y valoración por los demás, y sentimientos de resolución y de que la vida vale la pena.

Como material bibliográfico adicional, Dynes[2] (2018) ofrece en su libro Talleres de comunicación positiva una serie de actividades encaminadas a favorecer la comunicación positiva a través de diversos talleres relacionados con la identificación de puntos fuertes, esperanzas y sueños, creatividad, cuestiones delicadas, creatividad, memoria, espiritualidad, habilidades sociales, escritura, confianza, reminiscencias, entre otras, las cuales fomentan una mejora a nivel psicosocial en el adulto mayor, modificando así aquellos estigmas peyorativos culturales en torno a esta etapa de la vida.

 

Referencias

Caruso, I. A. (1997). La separación de los amantes. Una fenomenología de la muerte. México, D. F.: Siglo Veintiuno.

Ceberio, M. R. (2013). El cielo puede esperar. La cuarta edad: ser anciano en el siglo XXI. Madrid, España: Morata. 

Cyrulnik, B. y Ploton, L. (2018). Envejecer con resiliencia. Cuando la vejez llega. Barcelona: Gedisa.

Da Silva, C. Y. (2017). Envejecimiento. Evaluación e intervención psicológica. Ciudad de México: Manual Moderno.

López, J. y Noriega, C. (2012). Envejecimiento y relaciones intergeneracionales. Madrid, España: CEU Ediciones.

Morrison, V. y Bennett, P. (2008). Psicología de la salud. Madrid, España: Pearson Prentice Hall.

Papalia, D. E. y Feldman, R. D. (2012). Desarrollo humano. 12ª edición. México, D. F.: Mc Graw Hill.

Puigarnau, A. P. (2010). Las tareas del duelo. Psicoterapia de duelo desde un modelo integrativo-relacional. Barcelona, España: Paidós.

Triadó, C. y Villar, F. (2014). Psicología de la vejez. Madrid, España: Alianza.

Uriarte, A. J. (2014). Resiliencia y envejecimiento. European Journal of Investigation in Health, 4 (2), pp. 67-77.


 

[1] Para mayor información, consulte: IMSERSO (2011). Programa de trabajo 2012. Año europeo del envejecimiento activo y de la solidaridad intergeneracional. España. Recuperado de: http://www.imsersomayores.csic.es/estadisticas/index.htm

[2] Dynes, R. (2018). Talleres de comunicación positiva. Para mejorar el bienestar y reducir el aislamiento de las personas mayores. España: Narcea Ediciones.

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