Desde tiempos inmemoriales, la culpa ha sido sembrada en la vida de las mujeres. Desde Eva mordiendo la manzana hasta la mujer moderna que se siente culpable por no cumplir las expectativas impuestas, la narrativa de la culpa ha sido un mecanismo de control, limitación y sufrimiento.
Desde tiempos inmemoriales, la culpa ha sido sembrada en la vida de las mujeres. Desde Eva mordiendo la manzana hasta la mujer moderna que se siente culpable por no cumplir las expectativas impuestas, la narrativa de la culpa ha sido un mecanismo de control, limitación y sufrimiento.
La culpa como constructo social
La culpa no es solo una emoción individual; es un fenómeno socialmente impuesto. Foucault (1975) explica cómo el poder disciplina los cuerpos a través de normas y castigos invisibles, y la culpa ha sido uno de los mecanismos más efectivos para regular la conducta femenina.
¿En qué aspectos de nuestra vida se ha instalado la culpa?
La culpa por existir y “tentar”
Eva mordió la manzana y, según la narrativa religiosa, trajo el pecado a la humanidad. Desde entonces, la mujer ha sido vista como tentadora, pecadora y responsable de la caída del otro. Este mito ha justificado la vigilancia sobre su conducta, su cuerpo y su deseo.
La culpa por menstruar y “manchar”
La menstruación ha sido históricamente vista como impura. En muchas culturas, las mujeres eran aisladas durante su periodo (Delaney et al., 1988). Hoy, aunque no se nos excluye físicamente, persisten la vergüenza y la necesidad de ocultar cualquier rastro de un proceso biológico natural.
La culpa por no ser suficiente
Si una mujer trabaja, siente culpa por no estar con su familia. Si se dedica al hogar, siente culpa por no ser económicamente independiente. Si es madre, siente culpa por no hacerlo "perfecto". Si no lo es, siente culpa por no querer serlo. La mujer vive en una paradoja imposible de resolver.
La culpa por elegir el propio camino
Las mujeres que deciden no casarse o no tener hijos suelen escuchar frases como "te vas a arrepentir", "te quedarás sola". La culpa se instala como un recordatorio de que su camino es juzgado, y que su valor sigue atado a la función de cuidar y maternar.
La culpa por maternar “mal”
Si una madre trabaja mucho, es "mala madre". Si da pecho en público, es "desubicada". Si decide no amamantar, "no hizo el esfuerzo". La maternidad se convierte en una carga más que en una elección, y cualquier decisión trae consigo una culpa impuesta por los demás.
La culpa por decepcionar
Desde niñas aprendemos a ser complacientes: “sé linda, no levantes la voz, no contradigas”. Crecemos con el miedo a decepcionar: a los padres, a la pareja, a los hijos, a la sociedad. La mujer se vuelve una eterna deudora de expectativas que nunca eligió.
La culpa por envejecer
La industria cosmética y el entretenimiento han glorificado la juventud como sinónimo de belleza y valor. A medida que una mujer envejece, se le enseña a ocultarlo, a avergonzarse de las arrugas y del cambio en su cuerpo. El envejecimiento masculino es sinónimo de madurez y éxito; el de la mujer, de decadencia y descuido.
La culpa estética: Nunca suficiente
Si una mujer sigue los estándares de belleza, es "superficial". Si no los sigue, "se dejó estar". Se nos enseña a ocupar tiempo, dinero y energía en modificar nuestra apariencia y, aun así, nunca es suficiente. Un peso más sobre nuestros hombros.
La culpa por no ser perfecta
La mujer debe ser buena hija, buena amiga, buena pareja, buena madre, buena trabajadora, buena ama de casa, buena en todo. El perfeccionismo nos persigue como una exigencia inalcanzable que genera ansiedad, insatisfacción crónica y una autoexigencia destructiva.
La culpa por descansar
Si descansas, eres "floja". Si trabajas demasiado, "descuidas tu vida". Nos enseñaron que nuestro valor está en la productividad y que pedir ayuda o tomarnos un respiro es sinónimo de fracaso.
¿Cómo nos liberamos de esta culpa histórica?
Beck (2005) explica que la culpa puede ser adaptativa cuando nos ayuda a corregir errores, pero se vuelve tóxica cuando nos paraliza y nos hace sentir insuficientes. Es necesario cuestionar ¿de dónde viene mi culpa?, ¿realmente es mía o me la impusieron?
Te invitamos a reflexionar:
¿Qué culpas cargas que no te pertenecen?
¿Cómo te ha afectado la culpa en tu vida?
¿Cómo sería tu vida si soltaras esa carga?