Se denomina Violencia Intragénero (VI) a aquella que, en sus diferentes formas, se produce en el seno de las relaciones afectivas y sexuales entre personas del mismo sexo o género, constituyendo un ejercicio de poder, siendo el objetivo de la persona que abusa dominar y controlar a su víctima.
Se denomina Violencia Intragénero (VI) a aquella que, en sus diferentes formas, se produce en el seno de las relaciones afectivas y sexuales entre personas del mismo sexo o género, constituyendo un ejercicio de poder, siendo el objetivo de la persona que abusa dominar y controlar a su víctima.
La violencia que se produce en parejas del mismo sexo/género puede dividirse en violencia física (comportamientos y acciones que provocan o pueden provocar daño físico, enfermedad o riesgo de padecerla), violencia sexual (imponer ideas y/o actos sexuales a la pareja) y violencia psicológica (tiene como objetivo controlar y someter a la pareja, provocando daños a nivel emocional, con una aparición sutil, sobre todo al inicio de la relación) (emplea la manipulación, las amenazas, la intimidación, el chantaje o la violencia verbal a través del tono, los insultos o el desprecio) (Reina, 2011). Dentro de la violencia psicológica, podemos encontrar algunas formas de violencia social (humillaciones o descalificaciones en público) y violencia ambiental (romper y golpear objetos, tirarlos o destrozar mobiliario, etc.). También puede darse violencia económica (control de los gastos e ingresos, inducir dependencia económica, negar el acceso a recursos, impedir la asistencia al trabajo, etc.) y violencia digital (ciberacoso, sexting, control del móvil o las redes sociales, etc.).
Además de estas expresiones de violencia, similares a las de la violencia machista, podemos encontrar formas de violencia que se dan de manera particular en las relaciones entre personas del mismo sexo/género. Entre ellas se encuentra la violencia relacionada con el VIH y el SIDA (amenazas de transmisión y de descubrir el estado seropositivo de la pareja a personas de su entorno, impedir el acceso a la medicación o a tener prácticas sexuales seguras, manipulación a través de la enfermedad, etc.) el outing interno (uso de los estereotipos sociales creados sobre la homosexualidad para abusar de la pareja, impedir salir del armario, pedir ayuda o compartir tiempo y espacios con otras personas de la comunidad LGTB+) y el outing externo (amenazar con sacar del armario o llegar a hacerlo sin permiso ni consentimiento de la pareja).
Podríamos definir a la VI como violencia invisible o, mejor dicho, invisibilizada. En un contexto en el que todavía se hace difícil para muchas personas gais, lesbianas o bisexuales, compartir con personas de su entorno su orientación sexual por miedo a las consecuencias; resulta todavía más complicado denunciar o verbalizar la violencia. Una violencia que no activa alarmas sociales ni tiene relevancia debido a las circunstancias que la rodean y que no nos permiten conocer sus dimensiones. Esto hace que la mayoría de las personas víctimas de VI no manifiesten que están sufriendo violencia por parte de sus parejas. Además, la falta de información y visibilidad en este sentido hace que, en muchas ocasiones, las personas LGTB no se perciban a sí mismas como víctimas de estas violencias.
La concepción social de las relaciones entre personas del mismo sexo/género está rodeada de mitos, prejuicios y creencias erróneas que impiden la visibilidad de las violencias que se dan en estas relaciones. Estos mitos eclipsan una realidad que está destruyendo la vida de numerosas personas en todo el mundo (G. García, 2017). Una de las clasificaciones más populares que reúne mitos sobre las violencias entre parejas LGTB es la de Island y Letellier (1991). Esta clasificación utiliza el término “violencia doméstica” para referirse a la violencia intragénero y recoge los siguientes mitos:
- “Sólo las mujeres heterosexuales sufren malos tratos”. Esta creencia esconde la afirmación de que, por un lado, son únicamente los hombres heterosexuales quienes ejercen violencia y, por otro lado, que ellos no pueden ser víctimas. Esto, a su vez recoge dos creencias erróneas: las mujeres no pueden ejercer violencia, lo que niega la existencia de la violencia doméstica entre mujeres lesbianas; y los hombres no pueden sufrir violencia, negando la existencia de violencia domestica entre hombres gais.
- “La violencia doméstica es más común en relaciones de personas heterosexuales que en relaciones de personas gais, lesbianas o bisexuales”. Los autores afirman que este mito se encuentra detrás del hecho de que la violencia machista tenga más relevancia y más visibilidad a nivel social.
- “La violencia doméstica entre hombres es una lucha, y cuando dos hombres luchan lo hacen en igualdad de condiciones”. Es alrededor de este mito donde los autores sitúan otro mito que rodea las relaciones entre hombres gais, el mito del ring de boxeo, según el cual entre dos hombres no puede darse una relación de maltrato ya que entre ambos existe una simetría intrínseca. Este mito asume que todos los hombres son violentos y deja a un lado a las mujeres, asumiendo que ni luchan ni maltratan.
- “La violencia doméstica entre personas gais, lesbianas o bisexuales es solo una pelea entre amantes”. Este mito es compartido con las parejas heterosexuales en tanto en cuanto se igualan las violencias que se producen en el seno de las relaciones afectivo-sexuales a simples riñas o discusiones entre enamoradxs. Siguiendo a los autores, este mito tiene como consecuencia la aceptación y la normalización del uso de la violencia en el seno de la pareja y convierte a la violencia física en una cortina de humo que tiene como función ocultar todo lo que subyace a la misma (violencia psicológica, ambiental, económica, sexual, etc.).
- “Los maltratadores son siempre más grandes y fuertes”. Este mito fomenta la creencia errónea de que las víctimas como personas débiles, más pequeñas o menos fuertes que sus agresorxs. Además, vuelve a invisibilizar otras formas de violencia asumiendo que toda la violencia es física.
- “Las personas adictas, cuando están bajo la influencia del alcohol u otras drogas, no son responsables de sus actos”. La utilización del consumo de alcohol u otras drogas como excusa para justificar la violencia y eximir a la persona que abusa, agrede o maltrata de sus responsabilidades, es una cuestión que ha sido tratada por numerosxs autorxs. Es bien sabido que el alcohol o las drogas no producen comportamientos violentos en las personas, las causas de las violencias son otras. Además, este mito contribuye a la estigmatización de las personas adictas e impide la asunción de responsabilidades.
- “La violencia doméstica entre gais es un comportamiento sexual, una manera de practicar sadomasoquismo”. Podríamos decir que el sadomasoquismo está basado en un juego de poder en el que la persona dominadora y la persona sumisa llegan a acuerdos para entablar una relación de masoquismo en la que se dan prácticas de poder e incluso se puede infligir dolor. En cualquier caso, ni las mujeres ni los hombres violentadas en manos de sus parejas han establecido acuerdos previos, sino que sus relaciones son asimétricas y la persona que maltrata lo hace en contra de la voluntad de la víctima.
- “Las víctimas a menudo provocan la violencia que se les inflige, tienen lo que se merecen”. Al igual que ocurre con la violencia machista, este mito podría considerarse un intento por culpabilizar y responsabilizar a las víctimas de las agresiones.
- “Las víctimas exageran las violencias, si fueran tan duras escaparían de la relación”. Como sabemos, suele ocurrir precisamente lo contrario. Las victimas tienden a minimizar las violencias y a justificarlas, para limpiar las imágenes de quienes les agreden y evitar la vergüenza y la culpa que suponen reconocerse como víctimas.
Merrill (1996) considera que los siguientes mitos son los que se observan con mayor frecuencia:
- Las violencias que ocurren en relaciones entre hombres son lógicas, pero que haya violencia en las relaciones entre mujeres no lo es.
- La violencia en parejas del mismo sexo/género no es tan grave como la violencia machista.
- Como lxs miembrxs de la pareja son del mismo sexo/género, se produce abuso mutuo, no se dan dinámicas de desigualdad, las personas reciben y perpetran la violencia de manera equivalente.
- La persona que ejerce violencia debe ser el hombre o la persona masculina de la relación, y la víctima será la mujer o la persona femenina, imitando las dinámicas de violencia heterosexuales.
Siguiendo esta línea, Toro-Alfonso y Rodríguez (2005) afirman que la invisibilidad de las violencias en parejas del mismo sexo/género se debe, entre otras cosas, a la homofobia y el sexismo imperantes en la sociedad (que afecta también a personas gais, lesbianas y bisexuales), y a la negación del problema por personas pertenecientes al colectivo LGTB, motivada por el miedo a recibir más homofobia como respuesta.
La discriminación social que aun sufren las personas LGTB y los mitos y prejuicios que rodean a sus relaciones hace que las denuncias se miren desde el juicio y la desconfianza, que se subestimen o que no se les de la importancia que merecen. Esto hace que las víctimas se sientan doblemente agredidas y aumenten sus sensaciones de soledad y aislamiento.
Estas circunstancias hacen que la VI se encuentre en una situación similar a la que se encontraba la violencia de género o, mejor dicho, violencia machista, hace 30 años. Carece de interés social, no despierta sensibilidad en las personas y, además, no existe conciencia de ella ni por parte de la sociedad ni por parte de las propias víctimas, quienes no siendo, en la mayoría de las ocasiones, conscientes de su existencia tampoco son capaces de identificarla. Podríamos decir que se trata de una realidad invisible para la que no se buscan soluciones (ALDARTE, 2009).
Las situaciones de violencia en parejas LGTB son una realidad invisible y lo que no existe no se ve. Una de las principales consecuencias de esta invisibilidad es que estas violencias no están reguladas, no se enmarcan en la Ley Integral contra la Violencia de Género y, por tanto, las personas que las sufren viven desprotegidas.
Es importante contemplar diferentes aspectos a la hora de plantear qué tipo de marco legal es necesario para combatir la VI y atender, ayudar y acompañar a las víctimas. Siguiendo la definición de Violencia de Género, ésta hace referencia a acciones destructivas de naturaleza verbal, sexual, física o psicológica de diversa gravedad; así como el acoso, los malos tratos y los abusos que se ejercen contra personas por razón de género u orientación sexual. Siendo las razones de estas violencias el género y la orientación sexual, podemos afirmar que la VI es una forma de Violencia de Género. Quizá sería más correcto hablar de Violencias de Género, en plural, y contemplar las VI y las Violencias Machistas como subtipos de violencias que pueden ocurrir por cuestiones de género u orientación sexual.
Lxs profesionales de ALDARTE (2017), que conviven con este tipo de violencia prácticamente a diario, proponen la inclusión de la VI en la Ley Integral Contra la Violencia de Género. Consideran que, aunque las causas o los orígenes de las violencias sean diferentes, su expresión y las dinámicas que se crean en la pareja son similares a las que se dan en las violencias machistas. Señalan que con esta inclusión las víctimas podrían recibir un trato más digno y acceder a recursos y ayudas a los que ya acceden mujeres víctimas de violencia machista.
En cambio, desde COGAM se incide en la necesidad de la puesta en marcha de una ley específica con el objetivo de no crear interferencias ni ocupar espacios pertenecientes a las mujeres víctimas de violencia machista. Consideran de urgente necesidad la creación de un marco legal claro en materia de VI que disponga recursos, apoyos y medios para las víctimas (órdenes de protección rápidas, hogares de acogida, asesoramiento psicológico y legal o juzgados específicos con profesionales formados en la materia).
Sea como fuere, es necesario que se cree un marco legal sólido para las VI o que se enmarquen dentro de uno existente, ya que las dimensiones y los impactos de estas violencias están causando daños a diario.
Detrás de la violencia
La VI puede tener orígenes muy diversos. La génesis de este tipo de maltrato no radica en el machismo, sino que sus causas pueden ser múltiples y diferentes. Entre ellas podemos citar la edad, el estado de salud de algunx de lxs miembrxs de la pareja (o de ambxs), la diferencia en el nivel económico o el estatus socioeconómico, la situación administrativa en el país, la existencia de alguna discapacidad o diversidad funcional o el estado serológico (existencia de ITS o ETS) (Alises, 2020).
Conviene resaltar que las violencias son realidades complejas que pueden originarse por múltiples factores: el impulso masculino de dominio, el sexismo, creencias y mitos sobre el amor romántico y las relaciones, la falta de habilidades para comunicar y gestionar conflictos, educación sexual y emocional empobrecida, la homofobia, la lesbofobia, la bifobia y la adicción al alcohol u a otras sustancias y todo lo que ello implica. Buscar una única causa o factor en el origen de las violencias resulta complicado y el simple hecho de intentarlo supondría reducir realidades y dejar de lado las diversidades (ALDARTE, 2009).
Aunque no podamos afirmar, como se hace en el enfoque de la Ley Integral contra la Violencia de Género, que el sexismo (dominio del hombre sobre la mujer) es la única causa de la VI; si entendemos que sexismo y homofobia tienen las mismas raíces: el rechazo a lo femenino y la hipervigilancia de género. Siguiendo a Borillo (2001), podemos afirmar que la virilidad se construye en negativo: un hombre es lo contrario a una mujer y lo opuesto a un homosexual. El odio hacia los homosexuales y el recelo a las mujeres continúan representando los pilares de la masculinidad tradicional. Citando sus palabras: “hay algo que hace la homofobia, y mas particularmente la homofobia masculina, una hostilidad especifica. La mayoría de las veces se presenta como un sentimiento natural de rechazo a lo femenino”. La homofobia puede aparecer tanto en hombres como en mujeres, siendo uno de los principales precipitantes de las violencias y, al mismo tiempo, un obstáculo para el cambio de las masculinidades tradicionales.
Desde esta construcción de las masculinidades, las reacciones hostiles hacia los hombres gais o “femeninos” puede relacionarse con actitudes sexistas hacia las mujeres. Si asumimos que, normalmente, los hombres desprecian a las mujeres por creer que son débiles, emocionales o inferiores; también pueden despreciar a los hombres que, según su punto de vista, se comportan como mujeres (Baird, 2004).
Esta relación entre machismo, sexismo y homofobia y su expresión en la construcción de masculinidades y feminidades puede ser también una de las múltiples causas de la VI.
Cuando la violencia ocurre
Las relaciones de maltrato suelen comenzar con una fase de seducción en la que va ocurriendo un aumento de la intensidad que torna en un acto violento, el primer incidente. Puede ser de tipo psicológico, físico, sexual o material (o una combinación de varias formas de violencia) que, en un principio, suele sorprender a la víctima, pero que resulta fácilmente identificable cuando ésta observa la relación con perspectiva. Este incidente cambia la percepción que la persona tiene sobre su pareja y empieza a ser consciente de que hay un problema (Island y Letellier, 1991).
Las dinámicas de violencia en parejas del mismo sexo/género siguen el esquema descrito por Leonore Walker en relación al ciclo de la violencia, que se puede dividir en tres fases diferenciadas: 1) fase de acumulación de tensión, 2) fase de agresión o explosión y 3) fase de luna de miel. Según este esquema, la acumulación de la tensión equivaldría a la etapa de la relación en la que la intensidad va aumentando hasta desembocar en un acto de violencia, que correspondería a la fase de agresión o explosión. Generalmente, tras esta fase, la persona agresora busca solucionar la situación con muestras de cariño o afecto, detalles románticos, o a través de las relaciones sexuales. Este intento de reparar el error sería lo que conocemos como fase de luna de miel, que no dura mucho tiempo y que precede a la acumulación de la tensión y, de nuevo, a la agresión.
Cuando las víctimas son conscientes de lo que está sucediendo, intentan escapar de la relación en una o más ocasiones, sin éxito, pues quedan atrapadas en la relación movidas por los sentimientos y sensaciones agradables de la fase luna de miel y la responsabilidad y culpa sentidas.
Es frecuente que en estas dinámicas las victimas experimenten sentimientos de soledad, aislamiento, negación de las violencias, culpa y aceptación del estilo relacional debido a la indefensión aprendida (G. García, 2017).
La teoría de la indefensión aprendida resulta útil para entender porqué las víctimas permanecen en la relación aún siendo conscientes del maltrato, ya que se define como conjunto de dificultades emocionales, cognitivas y conductuales que pueden aparecer tras haber sido expuestxs a eventos o situaciones aversivas o dolorosas de manera incontrolable. Es precisamente esto lo que ocurre en las relaciones de maltrato. Llega un momento en el que las víctimas no pueden identificar los antecedentes de las violencias, éstas aparecen en cualquier situación, con motivo o sin él. Esta falta de control sobre las situaciones, les expone a la indefensión y les lleva, en algunas ocasiones a permanecer inmóviles, inmersas en las violencias, esperando que algo o alguien consiga sacarles de ahí.
Afortunadamente, en otras ocasiones, cuando las víctimas disponen de recursos y de una red de apoyos sólida, consiguen actuar a tiempo y abandonar la situación por sus propios pies.
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