Breve análisis de las emociones en nuestro cuerpo
Cuando el cuerpo siente una emoción, el sistema biológico reacciona para crear un espacio donde poder hacer presente a esa emoción y darle expresión. De forma conductual, las emociones sirven para situarnos con respecto a nuestro entorno, activando nuestras conductas innatas y aprendidas. Así, socialmente hemos aprendido que se puede llorar de alegría o tristeza y se puede gritar de dolor o de rabia.
La palabra emoción, viene del latín “Emotio”, que significa movimiento o impulso. La emoción es lo que nos lleva, lo que nos mueve, lo que nos acciona. Una de las características básicas del ser humano, es la capacidad de poder sentir y expresar lo que se siente. Y este poder sentir, poder emocionarnos, es lo que nos lleva a poder crecer internamente y a desarrollar nuestro potencial. Al igual que aprendemos a andar, a comer y hablar, también podemos aprender a gestionar nuestras emociones para poder tener una vida más saludable, pues si no dejamos fluir lo que nos pasa, nuestro cuerpo lo somatiza y genera enfermedad.
Nacemos con la capacidad de sentir nuestras emociones. Desde los primeros días de vida, ya somos capaces de diferenciar nuestras emociones en sensaciones agradables y sensaciones desagradables y de detectar nuestra necesidad más básica, alimentarnos. Es por esto que uno de los indicadores más comunes del llanto de un bebé es que tiene hambre. A partir de los 2 años de edad ya somos capaces de reflejar nuestras emociones, aunque no podamos entenderlas. Desde los 7 años hasta la adolescencia, se da la parte más social del reconocimiento de emociones. Es en esta etapa de nuestra vida donde de forma innata entendemos nuestras emociones y a la vez adoptamos patrones adquiridos sociales y familiares que nos interrumpen o nos condicionan. En la edad adulta, ya tenemos integradas nuestras propias emociones y reconocemos las ajenas, y también hemos creado una limitación social emocional sobre lo que está bien o mal sentir. Y con esto, nos esforzamos para generar emociones agradables, evitamos situaciones que nos hagan sentir emociones dolorosas y nos reprimimos situaciones que generen emociones agresivas. Al actuar de esta forma, que es lo socialmente correcto, bloqueamos nuestro sistema emocional e interrumpimos nuestra experiencia dando lugar a que las emociones no expresadas, negadas o reprimidas se conviertan en neurosis.
Durante mucho tiempo se ha relacionado lo emocional con la fragilidad del ser humano, y se ha dado mucha más importancia a lo racional que a lo emotivo. A lo largo de la historia, los hombres más brillantes han sido los intelectualmente más potentes, en cambio, los hombres más emocionales eran considerados débiles. Hoy en día, al igual que se puede estudiar y gestionar el coeficiente intelectual, también se puede aprender y gestionar la inteligencia emocional. Si nos miramos de una forma holística, somos intelectuales, emocionales e instintivos, y para vivir de forma plena, debemos tener estos tres centros en equilibrio.
La inteligencia emocional es la capacidad de interactuar con nuestro entorno de forma receptiva y responsable, haciéndonos responsables de nuestras emociones y aprendiendo a sostener las emociones que nos generan hechos de afuera, teniendo siempre presente que quienes sentimos somos nosotros, nadie tiene la capacidad de hacernos sentir, sino que sentimos por nosotros mismos. Desde la inteligencia emocional aprendemos a que no es el otro el que me hace enfadar, sino que soy yo mismo quien me enfado con lo que tomo del otro, responsabilizándome así de mis propias emociones y cambiando mi visión del mundo.
La gestión emocional es un proceso que consiste en aprender a conectar las emociones con uno mismo, a reconocerlas, aceptarlas e integrarlas para así tomar más amplitud como persona. Así, al integrar lo que siento, puedo verme a mí y ver al otro de una forma sana.
Artículo escrito por Xènia de Fermentino
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