Si tienes que adaptarte, sin duda ese no es tu sitio

Autor: Anabel Valero Quiles , 12/08/2024 (92 vista)
Dificultades en relaciones, Crisis emocional, Psicología infantil, Baja autoestima, Psicología del adolescente, Autoidentificación, Quemado en el trabajo, Sentido de la vida, Ansiedad e insomnio, Violencia doméstica, Vergüenza y culpa
Si tienes que adaptarte, sin duda ese no es tu sitio

explora cómo la presión por encajar en moldes predefinidos puede llevarnos a sacrificar nuestra autenticidad.

 

¿Te has encontrado alguna vez en una situación en la que te sientes como un camaleón forzado a cambiar de color? Como si cada día te pusieras un disfraz nuevo solo para encajar, pero al final del día te miras al espejo y no reconoces a la persona que te devuelve la mirada. La verdad es que adaptarse es una habilidad útil en muchos contextos, pero cuando te adaptas tanto que terminas perdiendo lo que te hace único, ahí es donde empieza el problema. Porque, seamos sinceros, si tienes que esforzarte por ser alguien que no eres, ese no es tu sitio. Y punto.

 

El otro día, estaba con mi pareja disfrutando de una serie, Suits (sí, ya sé que es una serie algo antigua, pero es de esas que siempre te atrapan). En medio de uno de los capítulos, salió una escena que me dejó pensando. Jessica Pearson, la directora general del bufete, tiene una conversación intensa con Harvey Specter, uno de los protagonistas. Están hablando sobre la sucesión del cargo, y Jessica le dice algo así como: "No sabes las veces y las cosas que he tenido que tragar para llegar a donde estoy". Invitándole a hacerlo como si le estuviera dando un grandísimo consejo. 

 

Esa frase me resonó tantísimo que fue un puñal directo al corazón, a la vez que una revelación sobre cómo funcionamos en la sociedad. De lo mal estructurada que está, de no permitirnos ser, de convertirnos en seres que tienen que encajar constantemente en un mismo molde desde que nacemos. Desde la educación que recibimos en nuestra propia familia, pasando por el colegio y, más adelante, las amistades… todo se basa en lo mismo. Y lo peor es que, muchas veces, sin ser conscientes, educamos desde el "agacha la cabeza y asume" para poder encajar.

Lo tenemos tan interiorizado desde pequeños que acabamos normalizándolo de una forma completamente escandalosa. Nos convertimos en expertos en tragarnos nuestros deseos y sueños, en adaptarnos a lo que se espera de nosotros, hasta el punto de que olvidamos quiénes somos realmente. Y lo más triste es que aplaudimos esa capacidad de adaptación como si fuera una virtud, cuando en realidad, muchas veces, es una renuncia a nuestra verdadera esencia.

 

Nos llenamos la boca hablando de resiliencia, de humildad, de valores, pero con los conceptos totalmente equivocados.

 

Pensamos que ser resiliente es precisamente encajar, aguantar lo que sea necesario, y salir adelante a pesar de todo. Pero ser resiliente no debería significar convertirte en lo que los demás quieren que seas. La verdadera resiliencia es mantenerte firme en lo que eres, en tus convicciones, en lo que te hace único, aunque el entorno te empuje a ser otra persona.

De la misma forma, confundimos humildad con conformismo. Nos enseñan que ser humilde es no destacar, no hacer ruido, aceptar lo que nos toca sin rechistar. Pero la humildad verdadera no es sinónimo de pasividad; es tener la grandeza de reconocer quién eres y qué quieres, y seguir tu propio camino con respeto, pero sin traicionarte a ti mismo. Y los valores… esos que decimos tener, se desvirtúan cuando los moldeamos para encajar en las expectativas ajenas en lugar de ser fieles a nuestra propia brújula moral.

Constantemente me bombardean mensajes que, incluso yo, he llegado a normalizar. Gente que dice: "Estoy fatal, debería coger la baja, pero si lo hago, tendré represalias…". ¡Por no hablar de las empresas que premian a sus trabajadores con una paguita extra por no coger la baja! ¡Por favor! O "Si no hago lo que mi jefe me dice, me echarán…" Y lo peor de todo es que, sí, puede ser que te echen, pero pregúntate, ¿Qué vale más? ¿Tu trabajo o tú?

No es que el trabajo sea inherentemente horrible; es que, si te ves obligado a actuar en contra de tus principios y valores, no importa el tipo de trabajo. Estás sacrificando tu bienestar y tu dignidad por algo que no está alineado con quién eres realmente. Si estás constantemente en conflicto interno y sufriendo estrés, ansiedad o pérdida de autoestima, eso es una señal clara de que ese entorno no es el adecuado para ti. No se trata de buscar un nuevo rol; se trata de encontrar un entorno donde tus valores y tu bienestar sean respetados y valorados.

Y hablando de conflictos internos, ¿Cuántas veces hemos escuchado en nuestra propia casa la famosa frase: "Porque lo digo yo y punto"? Esa frase, que mi madre solía decirme, aún a día de hoy me sigue retumbando tanto que jamás se la he dicho a ninguno de mis hijos. Pero me pregunto, ¿somos realmente conscientes del daño que hacemos a nuestros hijos al educarlos desde la autoridad?

¿Nos damos cuenta de que, al hacerlo, estamos creando a futuras personas con unas cargas emocionales y una falta de autoestima tan grandes que el día de mañana, si no tienen una personalidad extraordinariamente resiliente, lo que estaremos creando son personas totalmente manipulables y dependientes? No solo en sus trabajos, donde harán caso ciego a sus jefes, sino también en sus relaciones personales, ya sea con amigos, parejas o incluso desconocidos. Estamos creando carne de cañón para personas abusivas, como maltratadores y abusadores de la autoridad.

Luego nos preguntamos por qué en esta sociedad se disparan las cifras de bullying, de maltrato infantil, de maltrato de género. Atención, digo maltrato de género. ¿Te has preguntado alguna vez por qué un niño manipulado, una mujer maltratada, no solo sigue con su agresor sino que, además, lo justifica?

Un trabajador que "agacha la cabeza" y acepta todo lo que le imponen, sin cuestionarse si eso está bien o mal, no es diferente de ese niño que creció sin voz, sin derecho a expresar su opinión, y aprendió que la única forma de sobrevivir es complacer. La diferencia es que ese niño se convierte en un adulto que, en lugar de aprender a defenderse, a establecer límites, sigue permitiendo que otros dicten su vida, su valor, su autoestima.

La frase clásica de "A mí me pegaron de pequeño y no me pasó nada" o "A mí me gritaron y aquí estoy, no me hizo daño" revela una profunda falta de comprensión sobre cómo esas experiencias afectan a largo plazo. No es que no te haya pasado nada; es que te pasó algo que ahora forma parte de tu forma de relacionarte con el mundo, que te ha enseñado a aceptar el dolor y el abuso como algo normal. Y esos comentarios, más que una muestra de fortaleza, son un reflejo de cómo hemos normalizado el sufrimiento como una parte inevitable del crecimiento.

Las generaciones anteriores a menudo miran a los jóvenes de hoy con una mezcla de nostalgia y desdén, diciendo que antes "no se hacían estas cosas, no como ahora los chavales hacen lo que quieren". Pero el problema no es que los jóvenes sean más "rebeldes"; el problema es que estamos empezando a cuestionar las normas dañinas que antes se aceptaban sin cuestionar. Hoy, más que nunca, es vital que reconozcamos que cambiar la forma en que educamos y tratamos a los demás no es un signo de debilidad o descontrol, sino una oportunidad para crear una sociedad más consciente, empática y respetuosa.

Porque, al final, no se trata de hacer que todos encajen en el mismo molde o de premiar la obediencia ciega. Se trata de valorar a cada individuo por lo que es, de fomentar un entorno donde la autenticidad y la autoaceptación sean la norma, y no la excepción. Así es como podemos empezar a romper el ciclo de abuso y manipulación, creando una sociedad en la que cada persona pueda encontrar su verdadero lugar sin tener que sacrificar quién es en el proceso.

Y aquí viene la verdadera llamada a la acción: No podemos seguir normalizando el dolor, la sumisión, y la obediencia ciega como partes inevitables de la vida. Las agresiones, ya sean verbales o físicas, no deben tolerarse jamás, ni en el ámbito laboral ni en el personal. Cuando te sientes obligado a hacer algo que va en contra de tus principios, te estás agrediendo a ti mismo. Tu valor no está en cómo te adaptas a los moldes ajenos, sino en mantenerte fiel a tu esencia y defender tu dignidad.

Recuerda: si tienes que adaptarte, sin duda ese no es tu sitio.

 

Este escrito es, ante todo, una manifestación profundamente personal. Es mi forma de decir basta a la normalización de situaciones que, durante demasiado tiempo, hemos aceptado sin cuestionar. Al compartir estas reflexiones, no solo estoy exponiendo mis pensamientos y sentimientos, sino también llamando a todos a reflexionar sobre el impacto que tiene el conformismo y la sumisión en nuestras vidas y en la sociedad.

Porque, al final del día, si tenemos que cambiar quiénes somos para encajar, entonces el verdadero problema está en el entorno que nos exige esa adaptación. No se trata de un simple ajuste; se trata de una llamada a reconstruir una sociedad en la que la autenticidad y el respeto mutuo sean los cimientos de nuestras relaciones y de nuestro bienestar.

Así que, al leer estas palabras, te invito a cuestionar, a reflexionar y a actuar. Es hora de poner fin a la normalización del sacrificio personal y del abuso, y de empezar a construir una realidad en la que cada uno de nosotros pueda ser genuinamente quien es, sin tener que adaptarse a moldes que no le corresponden.

 

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