En los últimos años, el concepto de ikigai ha cobrado relevancia a nivel global gracias al libro Ikigai: Los secretos de Japón para una vida larga y feliz (García & Miralles, 2016). El libro ha llevado al término a convertirse en una fórmula de tipo Coaching Motivacional.
El ikigai, que podría traducirse como "la razón para levantarse por la mañana", es un concepto que se origina en la isla de Okinawa, famosa por su alta longevidad (Tsukasa, 2010). Sin embargo, este término en Japón no es entendido como una fórmula universal para la felicidad. En lugar de representar un "propósito único" a seguir, el ikigai puede adoptar formas muy simples, como disfrutar del desayuno o compartir tiempo con un amigo. Como señala Kobayashi Tsukasa (2010), el ikigai auténtico surge de una interacción dinámica entre el individuo, sus deseos y el sentido de valor que encuentra en sus relaciones y actividades cotidianas.
A pesar de ello, García y Miralles (2016) presentan el ikigai como un esquema que puede ser aplicado a cualquier vida, independientemente del contexto cultural o personal. En su libro, lo sintetizan como la intersección entre lo que amas, lo que eres bueno haciendo, lo que el mundo necesita y por lo que te pueden pagar. Aunque esta visión puede ser inspiradora, reduce la riqueza del concepto a un modelo rígido que ignora las complejidades de la existencia humana.
La idea de que seremos felices cuando encontremos nuestro propósito o "quien realmente somos" ha sido un mantra recurrente en la autoayuda contemporánea. Sin embargo, desde el psicoanálisis, esta noción plantea varias problemáticas. Sigmund Freud argumentó que los seres humanos somos expertos en sabotear nuestras propias búsquedas de felicidad, y que esta es, en el mejor de los casos, un momento fugaz, no una condición permanente (El malestar en la cultura, 1930). La felicidad, dice Freud, irrumpe en nuestras vidas de manera inesperada, y no necesariamente a través de un plan minucioso.
Por otro lado, el filósofo esloveno Slavoj Žižek critica las fórmulas universales de autoayuda por su falta de contexto. Žižek señala que el propósito o la felicidad no pueden desligarse de las estructuras sociales en las que vivimos (Žižek, 2008). Por ejemplo, ¿cómo podría hablarse de ikigai en contextos de pobreza extrema o en sociedades profundamente desiguales? ¿Podría un trabajador precarizado encontrar su ikigai siguiendo los cuatro pasos propuestos por García y Miralles?
El psicoanálisis lacaniano introduce otra perspectiva interesante. Jacques Lacan argumentaba que el ser humano no tiene un "yo verdadero" esperando ser descubierto; somos, más bien, un entramado de narrativas y máscaras que construimos en interacción con los demás (Escritos, 1966). En este sentido, la idea de "ser quien realmente eres" no solo es ilusoria, sino que puede ser contraproducente. Si debajo de nuestras máscaras no hay nada, entonces nuestras narrativas, por imperfectas que sean, son esenciales para nuestra identidad.
Ikigai, desde esta perspectiva, podría ser rescatado como un concepto flexible y abierto, una invitación a encontrar pequeñas razones que nos empujen día a día. En lugar de reducirlo a un ideal rígido, deberíamos verlo como una causa que alimente nuestro deseo, en el sentido freudiano del término.
Lejos de la visión idealista y comercial del ikigai, este concepto puede ofrecer un espacio de reflexión sobre lo que nos mueve, sin pretender ofrecer respuestas definitivas. En lugar de buscar una felicidad prefabricada, el ikigai nos invita a abrazar la ambigüedad y a encontrar satisfacción en las pequeñas interacciones cotidianas, entendiendo que la vida no siempre tiene un propósito claro, pero sí puede tener momentos de sentido.
Quizás sea hora de dejar de buscar recetas universales y empezar a construir nuestras propias narrativas, una causa que cause deseo y, en el camino, permita que la felicidad irrumpa, aunque sea de manera fugaz e inesperada.
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